Ginebra se prepara para una cita excepcional con la historia y la alta joyería. El próximo 12 de noviembre de 2025, el Mandarin Oriental acogerá la venta anual Royal & Noble Jewels de Sotheby’s, una subasta que reúne algunas de las piezas más valiosas y simbólicas de la realeza europea. En esta edición, tres joyas de procedencia extraordinaria condensan siglos de poder, caída y memoria: un broche de diamantes de Napoleón Bonaparte, una tiara transformada en adorno capilar de la princesa Cunegonde de Sajonia, y un anillo con diamante rosa que perteneció a Neslishah Sultan, la última princesa del Imperio Otomano.

La pieza central, un broche circular de diamantes de 13,04 quilates, fue propiedad del propio Napoleón I y formaba parte de los objetos que el emperador llevó consigo a la batalla de Waterloo. Según los registros históricos, en su huida, Bonaparte tuvo que abandonar el carruaje que contenía sus pertenencias más preciadas —medallas, armas, joyas y plata—, que fueron incautadas por el ejército prusiano. Tres días después, el 21 de junio de 1815, el broche fue ofrecido al rey Federico Guillermo III de Prusia como trofeo de guerra. La joya permaneció en la Casa de Hohenzollern durante generaciones, convirtiéndose en un símbolo de la derrota de Francia y del ascenso de Prusia como potencia europea. Con un valor estimado entre 150.000 y 250.000 dólares, la pieza representa mucho más que un objeto de lujo: es un fragmento de historia, un testimonio de la fragilidad del poder y de la persistencia del esplendor.
Junto a esta reliquia imperial, la subasta incluirá un conjunto de perlas y diamantes que perteneció a la princesa Cunegonde de Sajonia (1774–1828), prima de Luis XVI de Francia y figura de una de las cortes más refinadas de la Europa dieciochesca. Diseñado originalmente como una tiara de boda en 1796 y transformado hacia 1840 en un delicado adorno capilar, el conjunto ilustra el virtuosismo técnico de los joyeros franceses de la época —probablemente del taller Fossin, antecedente de la actual maison Chaumet— y una moda efímera del Romanticismo: las “Sévigné”, piezas pensadas para enmarcar el rostro con guirnaldas de piedras preciosas. Su rareza reside no solo en la calidad de sus perlas naturales, sino también en su excepcional conservación, prácticamente intacta durante casi dos siglos.

El tercer tesoro, un anillo con diamante rosa de más de 13 quilates, fue propiedad de Neslishah Sultan (1921–2012), la última princesa otomana con derecho al título de “Sultana de sangre imperial”. Nacida en Estambul poco antes del colapso del Imperio, Neslishah vivió entre Turquía y Egipto, casada con el príncipe heredero Muhammad Abdel Moneim. Su vida atravesó exilios, golpes de Estado y el fin de una era. El anillo, que ahora sale por primera vez a subasta, tiene una historia que conecta los imperios ruso y otomano: fue un regalo de la emperatriz Catalina I de Rusia al sultán Ahmed III en 1711, durante las negociaciones del Tratado del Prut. Siglos más tarde, el diamante pasó por las manos de sultanes y khedives hasta llegar a Neslishah, que lo conservó hasta su muerte en 2012. Valorada entre 240.000 y 400.000 francos suizos, la joya encarna la elegancia y la resiliencia de una mujer que fue testigo del fin de la monarquía otomana y del nacimiento del mundo moderno.
Desde Arte.news entendemos esta subasta no solo como un acontecimiento del lujo, sino como una oportunidad para reflexionar sobre el viaje material y simbólico de las joyas: objetos que han sobrevivido a imperios, revoluciones y exilios, portadores de una memoria que va más allá del brillo de las gemas. En palabras de Andres White Correal, presidente de joyería de Sotheby’s Europa y Oriente Medio, “reunir piezas que pertenecieron a Napoleón I y a la última princesa otomana en una misma sala es reunir siglos de historia bajo una misma luz”.
En un mercado donde las joyas históricas se valoran tanto por su procedencia como por su artesanía, la subasta Royal & Noble Jewels reafirma el papel de Ginebra como capital mundial de la alta joyería. Cada pieza que saldrá al martillo no solo cuenta una historia de esplendor, sino también de destino. En el fulgor de un diamante o la textura nacarada de una perla resuenan, intactas, las voces de quienes las llevaron.