Del 26 de noviembre al 12 de diciembre, Skybreakers: Between Heaven and Earth llega a Christie’s Nueva York como una de esas ocasiones en las que el mercado del arte consigue reunir, casi de forma poética, dos pulsos que rara vez conviven en un mismo espacio: la imaginación humana proyectada hacia el futuro y los fragmentos físicos —y extremadamente escasos— del propio universo. La subasta reúne más de un centenar de lotes que combinan obras de arte espacial de figuras históricas como Chesley Bonestell y Fred Freeman, procedentes en gran parte de la Colección de Paul G. Allen, con meteoritos lunares y marcianos y minerales extraordinarios. El conjunto propone un diálogo entre lo terrestre y lo extraterrestre, entre lo que soñamos y lo que literalmente cae del cielo.
El núcleo artístico de la subasta se apoya en piezas que, antes de ocupar pared o sala de museo, circularon ampliamente en revistas que moldearon el imaginario visual de la era espacial. Las obras de Bonestell —quizá el más influyente de los visionarios del siglo XX— aparecen aquí como recordatorios de un momento histórico en el que la ciencia, la cultura popular y la utopía tecnológica parecían caminar al unísono. Entre ellas destaca Reentry of the Baby Space Station, creada para la emblemática serie Man Will Conquer Space Soon! de Collier’s, una imagen en la que un cohete ardiente atraviesa el cielo sobre la Bahía de San Francisco. También se incluye Zero Hour Minus Five, publicada en 1949 en Conquest of Space, así como un portafolio temprano de dibujos astronómicos producidos por Bonestell antes de desarrollar la serie del sistema solar que Life convertiría en icono cultural en 1944. Son obras que, vistas desde el presente, actúan como un espejo doble: reflejan tanto el entusiasmo científico de mediados de siglo como la nostalgia de un futuro que nunca llegó a ser del todo.

Reentry of the Baby Space Station
La otra mitad de Skybreakers introduce una dimensión más tangible, casi geológica, de la fascinación cósmica. La masa total de meteoritos conocidos en la Tierra es inferior a la producción mundial anual de oro; un dato que convierte cada fragmento extraterrestre en una rareza absoluta. Entre los ejemplares más llamativos aparece un meteorito Seymchan hallado en Siberia, procedente del límite entre el manto y el núcleo de un asteroide diferenciado, trabajado en forma de esfera para revelar estructuras imposibles de contemplar en secciones planas. A ello se suma la presencia de minerales cuyo valor científico se fusiona con una potencia estética capaz de transformar cualquier espacio interior. Destaca especialmente un ópalo de dimensiones museísticas procedente de la colección del ex CEO de Apple, Mike Scott, una pieza que encarna la búsqueda humana por capturar belleza incluso en los procesos geológicos más remotos.
Desde Arte.news vemos en Skybreakers algo más que una subasta: una reflexión sobre cómo el arte y los objetos naturales pueden ayudarnos a pensar el lugar que ocupamos entre la tierra y el cosmos. Estas piezas, ya provengan de la imaginación de un artista o del corazón metálico de un asteroide, nos recuerdan que seguimos interrogando el cielo con la misma mezcla de asombro, ambición y vulnerabilidad que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios. En un momento histórico saturado de imágenes digitales y simulaciones perfectas, estos fragmentos —tanto los soñados como los reales— recuperan una cualidad que empieza a escasear: la sensación de posibilidad.